(Nota de Prensa 022_2020) “La cooperación no es solo para la emergencia, es el camino para construir una economía más justa”, sostiene Ariel Guarco, presidente de la Alianza Cooperativa Internacional. Extractos de su mensaje.
Es muy probable que el orden global cambie a partir de ahora. La profunda crisis sanitaria, pero también económica, financiera, social y en muchos casos política, derivará en nuevos caminos para el desarrollo de nuestras sociedades. Cómo será ese desarrollo es el debate central que debemos encarar.
La humanidad está envuelta en una tremenda pandemia con un altísimo costo en vidas humanas. Y ha llegado a esta instancia en condiciones de suma fragilidad por la enorme desigualdad imperante y el profundo desequilibrio ambiental que la acción humana está provocando.
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En este planeta, nuestra casa común, existen cientos de miles de experiencias que demuestran que hay otros caminos para desarrollarnos, que no es una utopía el desarrollo sostenible. La economía cooperativa, a escala global, integra a más de mil millones de miembros y genera empleo para el 10% de la población mundial ocupada. La facturación de las 300 cooperativas más grandes es equiparable al Producto Bruto Interno de la sexta economía mundial.
Todo el movimiento cooperativo está colaborando activamente en el esfuerzo colectivo que exige responder a la crisis sanitaria que rápidamente ha devenido en crisis económica y social. Esto es tan evidente como natural. A la hora de cooperar, las personas apelamos en primer lugar a las instituciones cuyo principio ordenador es la ayuda mutua. A instituciones cuya lógica, precisamente, es hacer más eficaz la acción solidaria para dar respuesta a los problemas comunes.
Hoy queremos proponer a la sociedad que la cooperación no es sólo para la emergencia. La cooperación es el camino alternativo para construir una economía más justa, más equilibrada y, fundamentalmente, menos frágil frente a desafíos globales como la pandemia. O, muy poco más allá en nuestro horizonte, el cambio climático.
El paradigma de la competencia nos dice que para contar con bienes y servicios al menor costo posible se requieren empresas que se hayan visto obligadas a lograr la mayor eficiencia como resultado de la competencia. Y el principio ordenador de esta competencia es el beneficio del capitalista que organiza la empresa.
Los cooperativistas desde hace casi dos siglos adoptamos un camino alternativo: el paradigma de la cooperación. Organizamos empresas para satisfacer nuestras necesidades comunes, cuyo principio ordenador no es el lucro sino la ayuda mutua, y cuya eficiencia es resultado del control democrático de sus integrantes, trabajadores, consumidores o productores.
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Esta crisis nos pone frente a desafíos históricos. El mayor de todos es entender que nadie se salva solo de una pandemia global como la del Covid-19 pero, más aún, que nadie puede salvarse solo de un destino errante al que estamos yendo como civilización a nivel mundial.
La solidaridad sirve para producir riqueza, para innovar y para resolver las necesidades de nuestros pueblos respetando al ambiente. Las cooperativas lo demostramos desde hace décadas, en la industria y los servicios, la producción agropecuaria, el hábitat, la salud y la educación, entre otras esferas.
Los modelos de globalización impuestos en las últimas décadas se están desbarrancando, los nacionalismos xenófobos se desnudan en su incapacidad de dar respuestas y el sistema financiero, una vez más, cruje.
Quienes diariamente construimos economía en base a la democracia, la solidaridad y la justicia social, sabemos que es posible generar desarrollo con inclusión social y cuidado del ambiente. Muchos líderes globales comparten esta visión. Por eso auguro, a pesar del dolor y la incertidumbre que hoy nos atraviesan, que seremos capaces de forjar una nueva era global, un destino común con valores y principios cooperativos.