(Ariel Guarco) El presidente de FEDECOBA, Ariel Guarco destaca en el siguiente artículo algunos de los antecedentes de la contribución del movimiento cooperativo a la paz mundial y comparte miradas sobre los desafíos para consolidar la Paz Positiva.
De acuerdo al Informe Alerta 2019, durante 2018 se registraron 34 conflictos armados, de los cuales 33 seguían vigentes al finalizar el año. Los de mayor gravedad fueron los de Libia, Malí, Región Lago Chad (Boko Haram), Somalía, Sudán del Sur, Afganistán, Irak, Siria y Yemén (al-houthistas).
En Afganistán, las víctimas mortales habrían superado las 43.000; en Yemen, algunas estimaciones hablan de 28.000 fallecidos en 2018 y un acumulado de más de 60.000 desde 2016; en Siria, algunos balances apuntaban a 20.000 víctimas mortales en 2018 y un balance de más de medio millón de fallecidos desde el inicio de la guerra, en 2011.
Un 30% de los conflictos armados experimentaron una escalada de violencia. Fue el caso de Camerún, Malí, Región Sahel Occidental; República Centroafricana (RCA), Colombia, Afganistán, Filipinas, India (Jammu y Cachemira), Israel-Palestina (con las peores cifras desde 2014) y Yemén.
Los conflictos armados continuaron provocando y/o agudizando situaciones de crisis humanitaria. Sobresalieron casos como Yemen (la peor a nivel mundial, con más de 24 millones de personas en necesidad de asistencia), Irak (donde 6,7 millones de personas continuaban necesitando ayuda), Siria (aumentó de 520.000 a 4,2 millones el número de personas necesitadas en las áreas de Idlib y Aleppo), Burundi (3,6 millones de personas) y República Centroafricana (donde 2,9 de los 4,5 millones de habitantes necesitaban ayuda humanitaria).
El desplazamiento forzado es una de las consecuencias más graves de los conflictos armados a nivel global. Hasta finales de 2017, un total de 68,5 millones de personas -2,9 millones más que en el año anterior – se habían visto obligadas a abandonar sus hogares como resultado de situaciones de conflicto, persecución, violencia y/o violaciones a los derechos humanos.
A los 34 conflictos armados, se agregaron 83 escenarios de tensión en 2018. En la zona oeste de la República Democrática del Congo, enfrentamientos entre comunidades bnugu y batende dejaron alrededor de 890 personas muertas y 16.000 desplazadas, la crisis en Sudán desató importantes protestas con un balance de al menos 37 fallecidos, Nicaragua vivió la crisis más grave de las últimas décadas, con un balance de entre 200 y más de 560 víctimas mortales. Producto de sus conflictos internos, Venezuela continuó sufriendo una grave crisis humanitaria.
Datos recientes de la Agencia de Refugiados de la ONU (ACNUR) señalan que los principales conflictos en 2019 han sido Yemen (tras más de cuatro años de guerra se ha convertido en el escenario de la peor hambruna de los últimos 100 años en el mundo y en 2018 hubo 264.300 nuevos desplazados internos), Irak (en 2018 hubo 1,8 millones, el 53% niños), Siria (en una de las crisis de refugiados más graves desde la Segunda Guerra Mundial, ocho años después del inicio de los combates hay 6,1 millones de personas desplazadas de sus hogares y 5,6 millones son refugiados en otros países de la región), Sudán del Sur (desde su independencia en 2011, ha vivido más años en guerra que en paz y hay 4,2 millones de desplazados forzosos de Sudán del Sur que son internos, refugiados y solicitantes de asilo), Somalía (la guerra interna desatada en los años 90 del siglo pasado se suma a los estragos del cambio climático y está dando como resultado el desplazamiento de más de 2 millones de personas) y Afganistán (más de 5,1 millones de refugiados, desplazados internos o solicitantes de asilo).
Al mapa de los conflictos sistematizados en el Informe Alerta 2019! de la Universitat Autónoma de Barcelona y a la información de ACNUR se agrega todo aquello que el periodismo informa diariamente, con una habitualidad que a menudo nos lleva a naturalizar la violencia.
Como argentino, no puedo dejar de mencionar las graves denuncias de violaciones a los derechos humanos registradas en países limítrofes durante el último trimestre de 2019. Específicamente en Chile, el marco de las protestas sociales, y en Bolivia, luego del golpe de Estado.
El mundo está atravesado por la violencia. La pregunta es, ¿qué podemos aportar como movimiento cooperativo? ¿Evitar, mitigar y resolver la violencia es sólo una responsabilidad del campo de la política o tenemos algo que decir y hacer quienes construimos economía desde la solidaridad y la ayuda mutua?
Paz Positiva, Capital Social y Principios Cooperativos
La violencia aturde a los pueblos, anula su potencia creadora, rompe los vínculos sociales y destruye las bases materiales y culturales del desarrollo sostenible. Lo primero es detener la violencia para darle a la Paz todas las oportunidades que necesita.
Esto requiere un compromiso global y activo de toda la comunidad internacional. Los pueblos que sufren la violencia no pueden salir de ella en soledad porque precisamente la violencia está destruyendo los vínculos sociales que la Paz requiere.
Este compromiso global y activo de toda la comunidad global requiere también la participación del movimiento cooperativo. Podemos y debemos hacer nuestro aporte: las tres millones de cooperativas del mundo trabajando juntas por la Paz es la utopía que nos convoca.
Para esto, debemos comenzar por tener un diagnóstico respecto de la violencia. Desde la Alianza Cooperativa Internacional nos ha parecido muy claro el concepto de la Paz Positiva propuesto por Johan Vincent Galtung hace exactamente 50 años.
Este intelectual noruego, fundador en Oslo del primer instituto de investigación sobre la Paz -el International Peace Research Institute- se ocupó de señalar que más allá de la violencia directa (el conflicto armado) está la violencia estructural o indirecta que descansa en la estructura social y que se manifiesta en desigualdades de poder y de oportunidades.
Si superamos el conflicto armado, habremos alcanzado la Paz negativa, esto es, la Paz entendida como mera ausencia de guerra, o ausencia de violencia directa. Sin embargo, propone Galtung, no alcanzaremos la Paz si no superamos la violencia indirecta. No sólo porque la violencia estructural puede devenir en conflicto armado sino, fundamentalmente, porque la desigualdad es en sí misma violencia. No hay Paz, Paz Positiva, si hay violencia estructural.
Por eso la Paz requiere sociedades con recursos culturales e institucionales para resolver sus desigualdades en forma sostenible. Esto, según nuestro punto de vista, está íntimamente ligado con otro concepto: el capital social.
Desde la perspectiva de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), se entiende como el conjunto de relaciones sociales basadas en la confianza y en los comportamientos de cooperación y reciprocidad. Por lo tanto, es un concepto que nos permite pensar estrategias hacia una Paz Positiva.
La sociedad requiere contar con capital social para resolver los conflictos y construir los consensos necesarios para el desarrollo sostenible. No alcanza con un poder político comprometido con la resolución no violenta de los conflictos.
La capacidad que tiene una sociedad para prevenir la violencia, mitigar sus consecuencias o encarar un proceso de reconstrucción posterior al conflicto está directamente relacionada con la existencia de relaciones sociales basadas en la confianza y en los comportamientos de cooperación y reciprocidad.
No se trata solo de reglas o de recursos. Para movilizar a la sociedad en el sentido de la Paz y el desarrollo son necesarias organizaciones de la sociedad civil con cohesión interna, con vínculos entre ellas basados en la confianza y con capacidad para articularse con el poder político y el poder económico.
Por ello, cualquier política de compromiso con la Paz debe incluir el incremento del capital social con que cuenta la sociedad en el ámbito local, regional y global.
En este sentido, las cooperativas contribuyen en forma significativa a la dotación de capital social que se requiere para lograr la Paz Positiva. Son la mejor expresión de sociedad civil organizada en base a la cooperación y la reciprocidad, con el agregado de que son organizaciones focalizadas en el desarrollo económico. O sea, operan en forma directa sobre uno de los puntos neurálgicos de la violencia estructural: la desigualdad económica. Por eso, son una formidable herramienta para la promoción del desarrollo orientado a la satisfacción de las necesidades de la comunidad y no a la generación de la renta y la concentración económica.
Los principios cooperativos, esto es, las prácticas que distinguen a las cooperativas de otro tipo de empresas, son especialmente potentes para enfrentar los desafíos de la Paz Positiva.
El primer principio, el de “membresía abierta y voluntaria”, dice que las cooperativas son organizaciones a la que pueden ingresar todas las personas dispuestas a utilizar sus servicios y a aceptar las responsabilidades que conlleva ser miembro, sin discriminación de género, raza, clase social, posición política o religiosa.
Este principio sintetiza gran parte de la potencia de las cooperativas para lograr la Paz Positiva: se trata de empresas orientadas a satisfacer necesidades económicas, sociales o culturales, pero que para hacerlo se organizan en forma abierta, sin ningún tipo de discriminación.
Las personas se unen según sus necesidades, en el marco de organizaciones que no pueden cerrar sus puertas a los que tienen las mismas necesidades, en la medida que asuman también las mismas responsabilidades.
Al trabajar en base a las necesidades y hacerlo en forma abierta, las cooperativas son claramente más eficaces en términos de Paz Positiva que aquellas empresas que trabajan en función del beneficio de una minoría que aporta capital, con una lógica cerrada al interés de esa minoría.
El segundo principio cooperativo es también especialmente potente en términos de Paz Positiva. Las cooperativas son “organizaciones democráticas controladas por sus miembros”, quienes participan activamente en la definición de las políticas y en la toma de decisiones, y donde sus miembros tienen igual derecho de voto. Este principio es extraordinariamente útil para resolver conflictos y para que todos los miembros perciban que las decisiones son legítimas.
Las sociedades que tienen un andamiaje sólido para superar conflictos son aquellas que han acordado el voto igualitario de todos sus miembros adultos, sin proscripciones de ningún tipo, como mecanismo institucional para resolver las diferencias. Cuando esto falla, o cuando no existe, las posibilidades de un conflicto violento están al acecho.
El cooperativismo lleva este mecanismo a la gestión de las empresas. Las cooperativas son un modelo de organización de la sociedad civil capaz de resolver sus conflictos internos en forma legítima, porque lo hacen en forma democrática. Llevan la democracia, mecanismo institucional fundamental para la Paz, al terreno de la economía; esto es, al terreno en donde se generan gran parte de las desigualdades que terminan provocando los conflictos.
Sintetizando, trabajar por la Paz Positiva requiere un esfuerzo global de toda la comunidad internacional que incluya al fortalecimiento del capital social en cada comunidad. Esto implica, desde nuestro lugar, pensar un Programa de Acción Cooperativa que movilice nuestro capital social a favor de la Paz.
Antes de eso, los invito a que revisemos la experiencia concreta del cooperativismo en la prevención, mitigación y reconstrucción después del conflicto.
Cooperativas en acción para la Paz
En un reciente trabajo de investigación de Cooperativas de Europa – regional de la Alianza Cooperativa Internacional- financiado por la Unión Europea en el marco de un convenio ACI-UE, se analizaron 33 experiencias cooperativas que han estado directamente vinculadas a la resolución de situaciones de conflictos violentos.
Ruanda. En sólo tres meses de 1994, este país experimentó uno de los genocidios más brutales de la historia reciente. Se estima que aproximadamente un millón de personas fueron asesinadas por amigos, vecinos e incluso familiares. El conflicto creó una profunda división entre los sobrevivientes, los perpetradores y sus familias. En respuesta a esto, el gobierno creó la Comisión Nacional de Unidad y Reconciliación (NURC, por sus siglas en inglés), que coordinaba un sistema compuesto por tribunales de justicia tradicionales (Gacaca), campamentos de solidaridad (Ingando) y mediadores comunitarios (Abunzi). El objetivo era acelerar los procedimientos judiciales, para establecer la verdad y eliminar la cultura de impunidad, y promover la reconciliación y la unidad de todos los ruandeses.
Pese a que el genocidio había destruido el cooperativismo preexistente, a partir de 2005 fue promocionado por el gobierno para contribuir a la erradicación de la pobreza, lo que ha resultado en que las cooperativas hoy están liderando la generación de empleo en ese país.
Entre estas, tres fueron incluidas en el estudio que estamos comentando: Cooperativa Buranga, CoopCVK y Cooperativa Ineza (que en lengua kinyarwanda significa amabilidad y esperanza).
Todas ellas son cooperativas que asumieron el desafío de implementar actividades productivas para generar ingresos a sus asociados, pero con el enorme desafío de integrar tanto a familiares de las víctimas del genocidio como a familiares de los perpetradores.
Son experiencias que demuestran en forma impactante la potencia del principio de puertas abiertas en la construcción de Paz Positiva.
Como es natural, el objetivo explícito de estas cooperativas no era la Paz ni la reconciliación. Los miembros se acercaron buscando trabajo e ingresos para sus familias. Pero al ponerse a trabajar en conjunto, con reglas de juego claras, con tolerancia cero a cualquier tipo de discriminación étnica y con servicios de acompañamiento para la resolución de conflictos, estas personas pudieron reconstruir lazos sociales que habían sido despedazados durante el genocidio.
Los testimonios recogidos son muy conmovedores. Un miembro de Ineza contó: “Al principio estaba traumatizado, perdí a mis cinco hijos, fue difícil lidiar con eso. Fueron brutalmente asesinados con machetes por vecinos y amigos en quienes confiaba. En los primeros días estuve físicamente aquí, pero mi mente no podía comprender lo que había sucedido, era como si me hubiesen matado junto a ellos. Pero con el tiempo aprendí a abrir y compartir. La cooperativa contribuyó a reconstruir mi personalidad, ahora me siento bien. No he olvidado todo lo que me sucedió a mí y a mi familia, pero poco a poco estoy aprendiendo a vivir de nuevo”.
Como empresas centradas en las personas y gestionadas democráticamente, las cooperativas han favorecido un mayor nivel de intercambio y de comunicación entre sus miembros para administrar su negocio, brindando así un espacio seguro para superar el genocidio. En palabras del gerente de CoopSVK: “Estamos demasiado ocupados con la actividad de la cooperativa como para tener tiempo para alimentar malos pensamientos y perturbar la paz”.
Estas relaciones construidas desde el trabajo en común, en una empresa autogestionada, fueron superando el objetivo primario de lograr un ingreso económico para construir verdaderos lazos sociales a través de los cuales reconciliar a los ruandeses. Una socia de la Cooperativa de Buranga, integrada por mujeres mayoritariamente violadas durante del genocidio, muchas de ellas con VIH, resumió: “Si una miembro de la cooperativa está enferma, la visitaremos y la apoyaremos. Somos una familia. La cooperativa ha ayudado a unirnos, sin importar si somos sobrevivientes, perpetradores o si huimos del país y luego regresamos”.
Bosnia y Herzegovina. Tras el desmembramiento de Yugoslavia en los años 90, Bosnia y Herzegovina cayó en una situación de tensiones exacerbadas entre varios grupos étnicos, lo que resultó en una guerra civil que duró más de tres años (1992/95). En la masacre de Srebrenica, en julio de 1995, más de 8000 musulmanes fueron asesinados por tropas serbias de Bosnia, en un acto reconocido en 2007 como delito de lesa humanidad y genocidio por la Corte Internacional de Justicia de La Haya. La sociedad sufrió una enorme fragmentación, un gran número de personas quedaron desplazadas y la economía fue destruida.
El área de Doboj, en el Cantón de Zenica-Doboj, fue un territorio muy afectado por la guerra. Allí se adoptó, como camino a la integración social y el desarrollo, la promoción de cooperativas agroalimentarias multiétnicas, con el objetivo inicial de crear espacios para el intercambio y la cooperación entre miembros de las cooperativas pertenecientes a distintos grupos étnicos.
Fue parte de un trabajo integral, que incluyó desde el microcrédito para apoyar a la actividad agropecuaria hasta la organización de consorcios de distintas cooperativas del territorio para los temas de comercialización.
Como señala el estudio, el principal éxito del proyecto fue crear un proceso flexible y progresivo para la formación de cooperativas, de modo que algunos agricultores más orientados a los negocios pudieran unirse de inmediato, mientras que otros pudieran seguir siendo miembros de otras asociaciones de menor compromiso empresarial.
Otra experiencia en Bosnia y Herzegovina es la Cooperativa Agrícola Insieme, fundada en 2003 en Batrunac, a sólo diez kilómetros de Srebrenica. La cooperativa, a partir de las frutas cosechadas por sus asociados, produce mermeladas y jaleas llamadas Frutti di Pace (Frutos de Paz). Está integrada mayoritariamente por mujeres. “Los horrores como la violación étnica hacen importante que este sea un proyecto casi exclusivamente femenino”, dijo una de sus asociadas.
Da trabajo a 500 familias dedicadas a la producción y procesamiento de frutas del bosque, convirtiendo a Bratunac en el área con el mayor retorno de refugiados en Bosnia después de la guerra (aproximadamente el 30%), a partir de un modelo en donde todos trabajan juntos, sin distinción de etnia o religión, sin preguntar si se es musulmán, ortodoxo, bosnio, serbio-bosnio o croata-bosnio.
Colombia. El conflicto armado en Colombia comenzó en los años 60. Sólo entre 1958 y 2012 tuvo 8,5 millones de víctimas, incluyendo 270 mil muertos y 170 mil desaparecidos. En el acuerdo firmado en 2016 por el Presidente de la república y el Jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia – Ejército del Pueblo (FARC-EP) se especificó que el gobierno iba a implementar un Plan Nacional de Economía Cooperativa y Social.
La confederación cooperativa Confecoop, con la cooperación de Coopermondo (Italia), desarrolló el programa Agricoop Colombia, el modelo cooperativo italiano para la inclusión social en los años 2015/2016.
El proyecto permitió crear una red de productores en la región de Cauca, que involucró inicialmente a 34 organizaciones agrícolas y benefició indirectamente a 6000 personas. Uno de los principales resultados ha sido crear relaciones de confianza entre las personas que viven en una de las regiones más peligrosas y con mayor presencia del narcotráfico de Colombia .
Guatemala. La guerra civil en este país centroamericano se desarrolló entre 1960 y 1996, con un estimado de 200 mil muertos o desaparecidos durante y un legado caracterizado como “sociedad del miedo”. Muchos asesinatos y desapariciones nunca han sido documentados.
En ese contexto, en 2006 se constituyó la Federación Comercializadora de Café Especial de Guatemala para integrar cooperativas de pequeños productores de las tierras altas occidentales, incluyendo Chimaltenango, Huehuetenango, Quiché, Sololá, San Marcos y Quetzaltenango. Representa a aproximadamente a 2000 productores, el 70% de los cuales dependen de su producción agrícola para subsistir.
La federación, que fue también una respuesta a la crisis del 2001/2002 en la industria del café, ha logrado dar estabilidad al precio al productor, evitando intermediarios y logrando una certificación de calidad para acceder a los mercados más especializados. De esta manera las comunidades accedieron a mejores oportunidades de desarrollo sostenible y se consolidó la inclusión social de la población afectada por la guerra civil.
El Salvador. Vecino suroriental de Guatemala, este país también sufrió una cruenta guerra civil que dejó como resultado más de 75 mil muertos y una gran polarización de la sociedad. Iniciada en 1980, se dio por finalizada en enero de 1992 con el Acuerdo de Paz entre el gobierno salvadoreño y el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN).
Uno de los departamentos más afectados en esos años de conflicto fue Morazán, donde está la Cooperativa San Carlos Dos, constituida en 1980 al calor del proceso de Reforma Agraria. Lo que más destaca el estudio de Cooperativas de Europa es la resiliencia de esta experiencia para superar las dificultades del conflicto armado.
La cooperativa nació durante el conflicto y subsistió a pesar de sufrir daños significativos en ese período. En agosto de 1985, el Ejército incendió toda su infraestructura, destruyó el sistema distribución del agua, almacenes, básculas para los camiones, etc. La cooperativa ha sido fundamental para reconstruir la paz en el área, generando empleos, mejorando infraestructura y equipamiento, incorporando a jóvenes y mujeres. La naturaleza cooperativa de la estructura organizativa le ha permitido sobrevivir donde otros habrían fracasado.
Uganda. La ONU estima en un millón y medio a los desplazados internos en Uganda, producto del conflicto armado que ha castigado a esta nación africana desde los años 80. Para superar este flagelo, fue muy importante el trabajo de Uganda Cooperative Alliance para promover entre los desplazados la organización de cooperativas agropecuarias de primer y segundo grado, a partir del trabajo con las escuelas comunitarias. El enfoque cooperativo ha sido un factor clave para mejorar la estabilidad y el empoderamiento económico de las comunidades cuyo desarrollo fue interrumpido por el conflicto.
El trabajo que estamos comentando recorre muchas otras experiencias significativas, como por ejemplo el Proyecto Aamal, del que participa la italiana Legacoop, para dar respuestas a los refugiados sirios y palestinos en el Líbano y en Jordania. A partir de un sistema de padrinazgos cooperativos para la innovación social, se trabaja en forma conjunta con personas refugiadas e integrantes de las comunidades de acogida. El proyecto RevoluSolar es impulsado en Brasil por Rescoop, la mayor organización de energía renovable en Europa. En este caso, la organización comunitaria en una favela de Río de Janeiro para la producción de energía renovable ha sabido construir lazos de integración y de diálogo entre los habitantes de un espacio social atravesado por conflictos de todo tipo.
El trabajo destaca también iniciativas en Irán, Palestina y Siria. Son todas experiencias que nos dejan profundas enseñanzas sobre la construcción de capital social para la Paz Positiva en clave cooperativa.
Las enseñanzas de la cooperación internacional del cooperativismo por la Paz
En todas estas experiencias está implicada la cooperación internacional de distintas organizaciones del cooperativismo vinculadas a la Plataforma para el Desarrollo de Cooperativas de Europa: Belgian Raiffeisen Foundation (vinculada a la banca cooperativa belga), UK Co-operative College, Coopermondo (brazo para la cooperación internacional de Confcooperative, la Confederación de Cooperativas Italianas), DGRV (German Cooperative and Raiffeisen Confederation), Euro Coop (organización de cúpula de las cooperativas de consumo europeas), Kooperationen (la organización nacional del cooperativismo danés), Legacoop (Lega Nazionale delle Cooperativee Mutue, organización del cooperativismo y el mutualismo italiano), REScoop (una red de cooperativas europeas para la democracia energética), We Effect (antes Centro Cooperativo Sueco, organismo de cooperación internacional del cooperativismo sueco).
De estas iniciativas destacamos dos aspectos. En primer lugar, el papel importante que puede jugar el movimiento cooperativo en el campo de la cooperación internacional. En el mundo existen grandes organizaciones cooperativas, que cuentan con recursos humanos y financieros para poder protagonizar acciones de cooperación internacional, pero que además lo hacen como consecuencia lógica de su compromiso con la democracia y la inclusión social.
No se trata de corporaciones que buscan mejorar su imagen mientras trabajan para la concentración económica. Se trata de organizaciones que trabajan por la democracia económica y la integración social y, como consecuencia lógica de estos compromisos, extienden sus iniciativas al campo internacional.
Las moviliza la convicción de que no es posible satisfacer las necesidades y aspiraciones de sus asociados en un mundo atravesado por conflictos que, finalmente, terminan impactando en el futuro de todos. Los conflictos originados en migraciones forzadas por la crisis económica y la desigualdad son la mejor lección de que no es posible el desarrollo sostenible sin responsabilidad global.
El cooperativismo está mostrando un camino alternativo frente a la política de los muros y de la xenofobia que sostienen muchos líderes en los países centrales: el camino de la cooperación para dotar a los pueblos de suficiente capital social para resolver con equidad y democracia el desafío del desarrollo sostenible e inclusivo.
El otro aprendizaje, junto con la potencialidad del movimiento cooperativo en el ámbito de la cooperación internacional, es la fuerza del modelo cooperativo para construir Paz Positiva.
A partir de las experiencias que hemos recogido del informe de Coops Europe, el vicepresidente del Comité para el Desarrollo del Parlamento Europeo, Stelios Kouloglou, manifestó: “Las nuevas ideas y prácticas innovadoras de la comunidad discutidas aquí dan un respiro de un discurso tradicional sobre la construcción de la Paz y son un paso positivo para abordar los desafíos estructurales persistentes e interconectados que enfrentan las comunidades. Los actores políticos e institucionales necesitan alianzas constructivas con aquellos en el terreno, y el papel de estas alianzas será de particular relevancia para los tomadores de decisiones, quienes pueden considerar el desarrollo cooperativo internacional como una estrategia adicional para la construcción de la Paz”.
Esta poderosa visión del rol del cooperativismo para la Paz reposa en cuatro contribuciones fundamentales:
Democracia, participación y autonomía
La naturaleza participativa y democrática de las cooperativas brinda, a las comunidades traumatizadas, conocimientos valiosos y herramientas poderosas para el proceso de reconciliación. Son efectivas para generar confianza debido a su enfoque de inclusión, fundado en el diálogo de los ciudadanos y las comunidades de base.
Debido a su estructura y organización resilientes, están capacitadas para crear nuevas oportunidades para la coexistencia. Al construirse a partir de las necesidades comunes y trabajar en función de decisiones compartidas, las cooperativas orientan a sus miembros hacia el entendimiento mutuo y la aceptación de las diferencias.
Por otro lado, contribuyen a democratizar el acceso a los derechos de grupos desfavorecidos y mejoran la autonomía local, regional y nacional.
Asistencia humanitaria orientada al desarrollo
Las cooperativas pueden contribuir a paliar las necesidades humanitarias durante los conflictos abiertos, pero imprimiendo a ello una visión de desarrollo, de integración comunitaria, que luego facilitará el tránsito por las etapas de mitigación y reconciliación postconflicto, a partir de una lógica que articula ayuda con rehabilitación y desarrollo.
Educación y el entrenamiento
Al capacitar a la comunidad sobre la importancia de preservar la paz y fomentar la reconciliación, las cooperativas pueden participar activamente en la creación de un entorno que evite la intolerancia y favorezca la mediación y el compromiso con el otro. El efecto demostrativo de que es posible enfrentar las necesidades a partir de un modelo de cooperación y no de competencia de unos contra otros resulta poderoso cuando se traduce en nuevas capacidades individuales y colectivas para enfrentar cada uno de los desafíos que enfrenta la sociedad.
Trabajo decente y autogestión
Las cooperativas pueden ser un camino exitoso para superar la pobreza y los conflictos. A través de la generación de trabajo decente se transforman en espacios de inclusión y de oportunidades de desarrollo. Resultan verdaderos espacios de curación, porque restauran la vida de sus miembros, recrean un propósito común, forman en la autonomía personal y la autogestión participativa.
Como escuelas para la democracia, las cooperativas superan en forma constructiva las desigualdades al tiempo que brindan oportunidades a las personas vulnerables al permitirles el acceso a recursos que son comunes.
Un movimiento de Paz, desde las raíces de su historia
La ACI tiene un largo historial de compromiso con la Paz. Por algo es una de las pocas, sino la única, organización internacional que supo sobrevivir a dos guerras mundiales jerarquizando los espacios de diálogo por sobre los conflictos.
En 1913, durante los prolegómenos de la Primera Guerra Mundial, el Congreso de la ACI, reunido en Glasgow, expresó que “el motivo de la continuación del armamentismo y la posibilidad de conflictos internacionales desaparecerán cuando la vida económica y social de cada nación llegue a organizarse de acuerdo con los principios cooperativos” y concluyó diciendo “que el progreso de la cooperación es, por consiguiente, una de las más valiosas garantías para la paz mundial”.
En julio de 1944, finalizando la Segunda Guerra Mundial, la ACI hizo pública una nueva declaración en la que afirmaba que los principios de la cooperación “constituyen el terreno ideal para la colaboración y entendimiento entre los hombres y las naciones” y comprometía sus esfuerzos “para que sean incluidos en los próximos tratados de Paz, a fin de entrar así en una nueva era de progreso humano, mediante la Cooperación Internacional”.
Dos guerras mundiales no nos habían hecho cambiar nuestras convicciones. La Paz sólo podía ser resultado de la justicia social. El camino era, y sigue siendo, la cooperación.
Esta convicción ha estado presente en toda la historia del cooperativismo global. Fundamentalmente, durante los principales conflictos bélicos.
La primera resolución explícita de la ACI sobre la Paz data de 1901, aprobada en el Congreso de Manchester, dedicado a la paz social y a la paz internacional.
Allí se tomó la decisión de asociarse a la Oficina Internacional de la Paz, fundada en 1891 y una de las impulsoras de la Sociedad de las Naciones que en 1910 fue galardonada con el Premio Nobel de la Paz. Allí estuvimos los cooperativistas.
Dos años después vino la citada resolución del Congreso en 1913, cuando las enormes desigualdades sociales y conflictos por la hegemonía económica anunciaban el peor de los escenarios.
En julio de 1939, en ocasión del Día Internacional del Cooperativismo, con Hitler ya en Checoslovaquia y preparando la invasión a Polonia, la ACI hizo pública su declaración La paz, la libertad y la cooperación son indivisibles en la que afirmaba su convicción de que “el sistema económico cooperativo y su ideal social representan el fundamento futuro de la civilización y la más segura garantía de la paz”.
Dos años después, en julio de 1941, con Rusia resistiendo la invasión nazi, desde la Alianza se incitó “a mantener en alto la bandera del arco iris, que es un símbolo de paz por la cooperación, y a estar dispuestos inmediatamente después de la guerra para colaborar con la Alianza, plenos de fuerza, en la gigantesca tarea a la cual deberá ella hacer frente”. Mientras, se reclamaba un lugar “en las deliberaciones para la restauración de la paz y la reconstrucción económica y social después de la guerra”.
Un año más tarde, el 4 de julio de 1942, con los primeros bombardeos norteamericanos en suelo europeo, la ACI reiteró la demanda de que se acuerde la “participación indispensable para restablecer la paz de los pueblos y el planteamiento de un nuevo mundo en el cual todas las naciones y razas deberán colaborar con espíritu de solidaridad y libertad”.
En julio del 1943, con los aliados avanzando en Italia, la ACI reafirmó su convicción de que “la cooperación internacional es el único fundamento para establecer una nueva organización del mundo” y propuso “prepararse enérgicamente a tomar parte en la restauración de la vida nacional e internacional después de la guerra”, además de “alcanzar el mayor grado de unidad en el seno de las diferentes secciones del movimiento y entre estas y una amplia apreciación y aceptación de la responsabilidad individual de parte de sus miembros”.
Desde este firme compromiso cooperativo con la Paz, la ACI acompañó todo el proceso de constitución de la Organización de Naciones Unidas, que nació en 1945 con el propósito de mantener la paz y la seguridad internacionales, fomentar entre las naciones relaciones de amistad basadas en el respeto al principio de la igualdad de derechos y al de la libre determinación de los pueblos y realizar la cooperación internacional en la solución de problemas internacionales de carácter económico, social, cultural o humanitario, y en el desarrollo y estímulo del respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales de todos.
Este fuerte compromiso con la Paz –aprendido sobre los cadáveres de millones y la ruina de gran parte de las sociedades– que firmaron las naciones del mundo expresamente se traducía en un compromiso con la cooperación internacional para hacerse cargo del desarrollo de los derechos humanos. Tal era el programa reclamado por la ACI.
Por eso, poco después de la creación de la ONU, la Alianza Cooperativa Internacional fue unas de las primeras en ser admitida con estatus consultivo en el Consejo Económico y Social de Naciones Unidas.
La declaración de Kigali
Esta visión de que la solidaridad y la cooperación deben ser los fundamentos de la Paz continuó siendo central durante toda la historia de la ACI. En el marco de la última Asamblea Mundial, realizada en octubre de 2019) en Kigali, Ruanda, los cooperativistas recordamos los importantes pronunciamientos de presidentes emblemáticos de la Alianza que sostuvieron esta visión.
Ivano Barberini, en 2007, afirmó que “la Paz significa mucho más que la mera ausencia de conflictos armados y es mucho más compleja que la guerra, porque se basa en un orden social considerado justo por la mayoría de la gente”. Añadió que educar para la Paz “significa proporcionar espacio para proyectos locales, valorar y fortalecer las experiencias en todos los rincones del planeta y ayudar a aquellos que tratan de tomar el control de su propio futuro. Conciliar las micro y macrodimensiones, y la teoría con la práctica, es importante para no perder de vista el objetivo de hacer de la Paz y la cooperación entre las personas una alternativa posible y viable”.
Roberto Rodrigues, primer presidente latinoamericano de la ACI, promovió que el cooperativismo fuese reconocido con el Premio Nobel de la Paz. Siempre tuvo una visión clara sobre los riesgos que la desigualdad implican para la Paz: “La concentración y la exclusión generan infelicidad, de esta manera destruyen la democracia, por eso la paz y la democracia están amenazadas. Por eso las cooperativas y el movimiento cooperativista tienen, en este momento de la historia del mundo, la responsabilidad de preservar la Paz y la democracia, evitando la concentración de la riqueza”.
A partir de todos estos antecedentes, la Asamblea de la Alianza Cooperativa Internacional, reunida en Ruanda, precisamente un país que había sido devastado por la violencia y que hoy es ejemplo de la potencialidad del cooperativismo como herramienta para la Paz y el desarrollo inclusivo, aprobó la siguiente declaración:
“El movimiento cooperativo, con sus cooperativas, cooperativistas, organizaciones de apoyo y representativas, más allá de las creencias y las tradiciones políticas, ha mantenido como objetivo desde sus orígenes su compromiso con la Paz Positiva y tiene la intención de construir una sociedad basada en los valores de la democracia, la igualdad, la solidaridad, la participación y la preocupación por la comunidad. Los conflictos derivan de las necesidades y aspiraciones humanas no cubiertas, y, por su parte, las cooperativas tienen la misión de dar respuesta a las necesidades y aspiraciones humanas, incluidas las aspiraciones a un futuro mejor, más inclusivo, más sostenible, más participativo y más próspero para todos.
Hoy en día, las cooperativas se reconocen por su papel tras periodos de crisis, se trate de crisis económicas o financieras, desastres naturales o conflictos violentos. No obstante, las cooperativas hacen mucho más por la Paz Positiva: crean empleos y empresas arraigadas en los territorios, dinámicas y duraderas; proporcionan viviendas accesibles y acceso al crédito y al ahorro, a seguros y a los mercados; garantizan la supervivencia, la recuperación, la prosperidad y la preparación de los sustentos individuales y familiares y de las comunidades locales, ya sea en el mar, en la costa, en las montañas, en zonas urbanas o rurales; responden adecuadamente a las necesidades sociales en materia de atención, educación, salud y preocupaciones sobre la sostenibilidad energética y modalidades de consumo, producción y distribución. Las cooperativas ofrecen nuevas oportunidades y opciones a largo plazo para crear riqueza y capital que no son puramente financieras ni están restringidas a un número reducido de personas.
El movimiento cooperativo se esfuerza por encontrar formas equitativas y justas de resolver problemas de manera sostenible y democrática, contribuyendo así a evitar la violencia y el odio. La educación de todos los miembros para que participen de manera plena, voluntaria y respetuosa en sus cooperativas y comunidades es parte esencial de una cultura de paz.
Las cooperativas son parte activa de una cultura de y para la Paz.
Las cooperativas construyen un futuro para que las personas se lo apropien y lo dirijan a largo plazo. El emprendimiento cooperativo permite el potencial de la acción colectiva para resolver problemas comunes; una economía inclusiva para el desarrollo sostenible –basada en valores sociales y solidarios–, lo que implica el empoderamiento continuo de las mujeres, los jóvenes y las poblaciones vulnerables; y la cooperación más allá del movimiento cooperativo. De este modo, las cooperativas se comprometen con la paz positiva como un camino que promueve la igualdad y la empatía, la inclusión y la oportunidad de un trabajo digno, de emprendimiento y de desarrollo.
La Alianza Cooperativa Internacional (ACI), como expresión internacional organizada del movimiento cooperativo, puede demostrar ampliamente sus contribuciones a la Paz Positiva a lo largo de sus 125 años de existencia, durante los cuales ha puesto en práctica la identidad cooperativa y ha promovido activamente la paz positiva. Hacemos un llamamiento para que se mantenga y profundice nuestro compromiso con la paz positiva y solicitamos a todos nuestros miembros que fortalezcan su acción para construir una Paz Positiva basada en nuestro Programa de Acción Cooperativa para la Paz Positiva.”
Hacia un Programa de Acción Cooperativa para la Paz Positiva
Mientras el mundo está atravesado por la violencia, somos testigos de una comunidad internacional demasiado proclive a pensar en términos de muros, de guerras comerciales y de las otras, de miedo frente al otro que nos invade. La catástrofe humanitaria provocada por las migraciones forzadas es quizás el aspecto más visible de esta deshumanización de las relaciones internacionales.
Frente a esto, Naciones Unidas acaba de reconocer el aporte de las cooperativas. En su último informe Las cooperativas y el desarrollo social, de julio de 2019, el Secretario General de Naciones Unidas, expresó:
“El mundo se enfrenta actualmente a la mayor crisis de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial, ya que las personas huyen de la guerra, la pobreza, la desigualdad social y los efectos del cambio climático. Se espera que esas presiones continúen desarraigando a las personas de sus hogares. Las empresas cooperativas desempeñan un papel cada vez mayor en las estrategias de respuesta para los refugiados. Los países de acogida utilizan ahora la vivienda, la integración laboral, la alfabetización, la capacitación y otros servicios sociales cooperativos para integrar a los refugiados. Con la ayuda de las organizaciones de ayuda al refugiado, se han creado cooperativas de refugiados en los campamentos de refugiados para generar empleo e ingresos. Los refugiados también se han convertido en miembros de las cooperativas de los países de acogida y han utilizado los conocimientos y la experiencia adquiridos para reconstruir sus propias comunidades tras su regreso a sus países de origen. En Bosnia y Herzegovina, El Salvador, Guatemala, el Líbano, Mozambique, Nepal, Ruanda, Sri Lanka y Timor-Leste, las cooperativas han desempeñado un papel fundamental en la reconstrucción después de los conflictos al crear puestos de trabajo para las minorías que regresen y los excombatientes, reconstruir viviendas y empresas, dar a los refugiados y los desplazados internos acceso a los mercados y facilitar la reconciliación y la consolidación de la paz.”
Este enorme reconocimiento de la ONU al aporte cooperativo frente a la crisis de los refugiados y en la reconstrucción después de los conflictos debe traducirse en dos hechos principales.
En primer lugar, en una mayor promoción del modelo cooperativo como herramienta de mitigación y de reconstrucción luego de los conflictos. Los ejemplos que hemos presentado aquí son claros. Del conflicto no se sale compitiendo, se sale cooperando.
En segundo lugar, en un mayor reconocimiento de que, más allá de las situaciones de violencia directa, el principal aporte del movimiento cooperativo es en capital social para superar la violencia estructural. El cooperativismo es un constructor de Paz Positiva y allí debe estar la mirada de largo plazo de la comunidad y los gobiernos.
Esto no será espontáneo. Hay una permanente disociación entre las políticas para el desarrollo económico y las políticas para evitar, mitigar o superar los conflictos. Para muchos el desarrollo económico es un tema de las empresas y los conflictos sociales deben ser resueltos por los gobiernos.
Para nosotros, los modelos de negocios sostenidos en el individualismo, centrados en el exclusivo interés del capital, son el principal abono para el estallido de la violencia, que es hija de la desigualdad y la exclusión.
Si el objetivo es la Paz, lo primero es debatir cuáles son los caminos que elegiremos para promover el desarrollo. Y si debatimos sobre el desarrollo, un punto central es cuáles son los modelos empresarios que van a liderar este desarrollo.
La Paz no es producto de cualquier modelo de desarrollo, ni el desarrollo sostenible puede ser resultado de cualquier modelo empresarial.
Es necesario el reconocimiento de la eficacia superior de los modelos cooperativos en términos de Paz y de desarrollo sostenible, por sobre los modelos centrados en la competencia y la maximización de beneficios exclusivamente financieros.
Por último, si este reconocimiento al cooperativismo como constructor de capital social para la Paz no será espontáneo, entonces es necesario un programa. Un Programa de Acción Cooperativa para la Paz Positiva, que es lo que resolvió la Asamblea de Kigali.
Propongo para el debate algunos ejes que debería incluir este programa.
La Paz Cooperativa como Valor. De acuerdo con la declaración de Identidad Cooperativa, aprobada en Manchester en 1995, “las cooperativas se basan en los valores de ayuda mutua, responsabilidad, democracia, igualdad, equidad y solidaridad. Siguiendo la tradición de sus fundadores sus miembros creen en los valores éticos de honestidad, transparencia, responsabilidad social y preocupación por los demás”.
Nosotros creemos que la Paz debe ser incorporada como uno de los valores esenciales. Debe quedar claro que la resolución de conflictos a través de la violencia es contraria a nuestros fundamentos éticos.
En las notas de orientación para los principios cooperativos, publicadas por la ACI en 2015, se incluye la Paz como parte del compromiso con la comunidad: “Al igual que la OIT, las cooperativas reconocen que una paz duradera solo puede construirse sobre la justicia social y que la paz duradera es el requisito previo para el desarrollo sostenible de las comunidades a nivel local, nacional, regional y mundial” (…) “Las cooperativas deberán asegurarse de que su compromiso con el desarrollo sostenible de sus comunidades incluye el compromiso de trabajar para lograr la paz y la justicia social y promoverlas”.
Entendemos que el cooperativismo debe profundizar esta línea conceptual. La Paz no es sólo consecuencia de su principio de compromiso con la comunidad. Debe ser uno de sus valores esenciales y, consecuentemente, también incorporar explícitamente la conducta pacífica y el compromiso con la Paz en la expresión de sus principios.
Incorporar la Paz como valor debe, además, ser el fundamento para su incorporación en todos los esfuerzos de educación del movimiento. Todos los cooperativistas deben saberse parte de un movimiento internacional pacifista, que siempre, por sus valores, será contrario a la violencia y que nunca callará frente a aquellas situaciones de violencia estructural que ponen en riesgo la Paz de los pueblos.
Educar para cooperar es educar para la Paz. Hablar de Paz y educar para el individualismo es una contradicción. No hay Paz en una comunidad que no ha sido educada para cooperar. Cooperar es siempre más sofisticado, más complejo y requiere mayor desarrollo de nuestras capacidades que la defensa primitiva y cerrada de nuestros intereses más inmediatos.
Si para competir debemos estar entrenados, mucho más debemos estarlo para cooperar. Como individuos debemos tener herramientas emocionales para hacerlo. Como sociedades necesitamos capital social para lograrlo. Nada de esto es espontáneo. Hay que ejercitarlo, construirlo.
Educar para cooperar es ir contra la corriente. Contra el mensaje hegemónico del consumismo y el individualismo, contra la exaltación de la competencia como principio ordenador de las jerarquías sociales.
Los cooperativistas debemos tener un rol activo en este sentido. Debemos trabajar junto con universidades, autoridades educativas y organizaciones no gubernamentales vinculadas a la educación, para que efectivamente se eduque para cooperar, que es educar para la Paz.
Esto, por supuesto, incluye formar a los niños y jóvenes en las herramientas del cooperativismo, para que sepan que cooperando también se construye economía. Pero no se agota allí. La capacidad de cooperar debe ser un musculo entrenado para cualquier actividad humana.
Integración cooperativa de refugiados. Como señalara el informe del Secretario General de Naciones Unidas que ya hemos citado, estamos viviendo la peor crisis de refugiados desde la segunda guerra mundial. Las cooperativas, como también se informó a la Asamblea de la ONU, han sabido dar respuestas concretas para reinsertar social y económicamente a los hombres y mujeres que han sido expulsados por violencia directa o por violencia económica.
A partir de un mayor compromiso de los organismos de integración cooperativa nacionales y regionales, y con la articulación que propicia la ACI, debemos multiplicar nuestra contribución frente a la crisis de los refugiados.
Debemos demostrar que la mejor forma de cooperación internacional frente a la crisis de los refugiados es dotar, a las personas que sufren esta situación, de espacios para insertarse social y económicamente a partir de la ayuda mutua y de los modelos empresarios centrados en las personas. Este es un desafío que puede ser compartido en forma abierta y democrática, de acuerdo con los principios cooperativos, por las comunidades que reciben a las familias que han sido expulsadas.
Voluntariado cooperativo por la Paz. En 2014, en el marco de una escalada del conflicto palestino-israelí, desde Cooperativas de las Américas se hizo público el Mensaje Cooperativo por la Paz, cuyos párrafos más significativos expresaban:
“Para construir la Paz, es necesario el cese de las agresiones -condenable en todos los casos- así como el inicio de un verdadero reconocimiento entre las partes. Por ello, en nuestro carácter de primer organismo consultivo de las Naciones Unidas (desde 1946), adherimos a las palabras de su Secretario General, Ban Ki-moon, dirigidas a israelíes y palestinos: ‘Paren de luchar, comiencen a dialogar y aborden las causas de raíz del conflicto […] ningún cierre, ninguna barrera, pueden separar a palestinos e israelíes de una verdad fundamental: compartir un futuro común’.
Para cuando ello ocurra, comprometemos públicamente nuestros esfuerzos para colaborar, junto con las grandes y pequeñas cooperativas de todo el mundo, con proyectos de trabajo y de desarrollo que surjan del diálogo entre los hombres y mujeres de Paz que sabemos habitan los territorios hoy en disputa.
Queremos contribuir de todos los modos posibles al desarrollo social, productivo, cultural de ambos pueblos, aportando a proyectos de Paz, intercambiando lo producido por el trabajo de sus hombres y mujeres en Paz. Queremos contribuir a garantizar los derechos humanos de todos y todas: la salud, la educación, la inclusión de los jóvenes, la protección del medio ambiente.
Para que podamos asumir este compromiso con la Paz, para poder dialogar, para que las cooperativas del mundo podamos colaborar con proyectos de desarrollo palestinos-israelíes, exigimos el cese del fuego de esta lucha desigual. Los responsables políticos deben asumir la tarea de promover la paz a partir de acuerdos duraderos y basados en la justicia para ambos pueblos.”
Este mensaje es un buen ejemplo para reflexionar sobre lo que debemos hacer.
En primer lugar, es importante la toma de posición pública a favor de la Paz, acompañando los esfuerzos de la ONU en ese sentido. Somos empresas con compromiso social y, por lo tanto, no podemos ser indiferentes al sufrimiento de los pueblos.
En segundo lugar, paralelamente a los esfuerzos que se realizan desde el ámbito de la política, creemos que es posible contribuir al diálogo directo entre los hombres y mujeres de los pueblos que están enfrentados para pensar proyectos centrados en la solución de problemas concretos, orientados a encarar temas comunes a partir de los valores y principios del cooperativismo. Esto puede ser acompañado activamente por las organizaciones cooperativas en condiciones de sumarse a los esfuerzos de cooperación internacional.
Para que todo esto no quede en palabras, es necesario ir enhebrando, en el marco de las distintas organizaciones regionales y sectoriales del cooperativismo global, redes de voluntarios con capacidad de pensar respuestas cooperativas. Todos los ejemplos que hemos analizado, promovidos desde la Plataforma para el Desarrollo de Cooperativas de Europa, son antecedentes muy significativos en este sentido.
Comercio cooperativo para la Paz. En la visión de la Organización Mundial del Comercio (OMC), “la apertura de los mercados nacionales al comercio internacional, con excepciones justificables o con la flexibilidad adecuada, fomentará y favorecerá el desarrollo sostenible, mejorará el bienestar de las personas, reducirá la pobreza y promoverá la paz y la estabilidad”7. El argumento es que relaciones comerciales sólidas implican mayor interdependencia y esta interdependencia crea solidaridad.
Esta visión optimista del comercio choca a menudo con la realidad de los intereses económicos que lucran con la violencia, desde el comercio de armas hasta la deslocalización de empresas para aprovechar la disponibilidad de mano de obra en condiciones de esclavitud –para señalar sólo los casos más extremos– en el marco de un comercio internacional donde priman las asimetrías y la concentración económica.
Desde el cooperativismo creemos que el comercio puede ser una forma de cooperación humana que promueve la Paz, en la medida que sea canalizado por empresas que estén al servicio de las personas, en carácter de productoras y consumidoras. Estamos convencidos de que una parte sustancial de nuestras acciones por la Paz Positiva debe estar orientadas a multiplicar el comercio internacional gestionado desde las organizaciones cooperativas.
Los vínculos comerciales sostenidos desde la cooperación, que estrechen las relaciones de reciprocidad entre hombres y mujeres de distintas naciones en su calidad de productores y consumidores, son la mejor amalgama para construir relaciones pacíficas entre los pueblos.
Responsabilidad social cooperativa por la Paz. Si incorporamos a la Paz como un valor, entonces razonablemente deberíamos incorporar en nuestros balances de responsabilidad social cooperativa cuál es el aporte que estamos realizando desde nuestra empresa a la Paz Positiva. Ese aporte debería ser correctamente evaluado y valorado en nuestros reportes como parte de la rendición de cuentas de cada cooperativa frente a sus asociados.
Para que un balance tenga efecto real en el desempeño de nuestra empresa es vital que esté sostenido en compromisos con la Paz Positiva que sean auditables. Por ejemplo, compromisos explícitos por parte de las cooperativas de ahorro y crédito de no financiar ninguna actividad vinculada a la industria de armamentos, o de las cooperativas de consumo de no comprar bienes que sean producto del trabajo esclavo, o poniendo a disposición recursos humanos o financieros a tareas de voluntariado vinculadas a la crisis de los refugiados, o a esfuerzos de consolidación de la Paz post conflicto.
Cooperativas como capital social para la Paz. En el marco del Acuerdo de Paz firmado en Colombia, en 2016, la Confecoop hizo pública una declaración8 en la que llamaba a todo el cooperativismo nacional a adoptar en forma entusiasta el Programa Cooperativas por Colombia 2016 -2020 ¡Nuestro aporte para la paz!, al mismo tiempo que exhortaba al gobierno a “diseñar una política pública de fomento y fortalecimiento del cooperativismo, dando cumplimiento al mandato constitucional”.
Lo importante de este tipo de planteos es que inscribe los esfuerzos directos del cooperativismo como herramienta para transitar el post conflicto en un esfuerzo más general de promover el cooperativismo como fundamento de relaciones pacíficas en la comunidad. Ese es el camino que debemos seguir.
Cuando el cooperativismo sea convocado para aportar en situaciones de conflicto, debe además sumar una propuesta integral para promover un sector sólido que ayude a garantizar el desarrollo sostenible y la Paz. No estamos sólo para apagar incendios. Debemos mostrar que somos el camino para que estos no se produzcan.
Ese es el debate más intenso y complejo que debemos dar de cara a los gobiernos y a la comunidad. No se trata sólo de que las cooperativas, como expresión de la fraternidad humana hecha empresa, aportemos en forma directa a superar los costos de la violencia directa. Se trata de la necesidad de adoptar y multiplicar los modelos empresarios que garantizan la superación de la violencia estructural que luego deviene en violencia directa.
Es un profundo debate cultural y político, al que hemos querido hacer un primer aporte en estas líneas, pero que debe ser parte de un esfuerzo sostenido del movimiento cooperativo global en el marco de un programa para la Paz Positiva.
Hemos dicho en muchas oportunidades que de los conflictos no se sale compitiendo, se sale cooperando. Hoy queremos agregar que cooperando nunca se llega a la violencia. Si queremos real y conscientemente evitar la violencia, entonces debemos apostar por el camino cooperativo.
La sociedad civil y los gobiernos deben preguntarse si la comunidad cuenta con suficiente capital social, esto es, con suficientes relaciones sociales fundadas en la cooperación y la reciprocidad, para minimizar los riesgos de la violencia. Parte de esa respuesta debe ser cuánto de su economía está en manos de empresas gestionadas abierta y democráticamente por sus trabajadores, productores o consumidores.
Hasta que esto no forme parte del inventario que tienen los pueblos de sus activos para la Paz, seguiremos bregando con la misma tenacidad y tozudez que lo hacían nuestros antepasados en el apogeo de los nacionalismos más extremos y violentos: “El motivo de la continuación del armamentismo y la posibilidad de conflictos internacionales desaparecerán cuando la vida económica y social de cada nación llegue a organizarse de acuerdo con los principios cooperativos. El progreso de la cooperación es, por consiguiente, una de las más valiosas garantías para la Paz mundial” (ACI, 1913).
Diciembre de 2019
Dr. Ariel Guarco
Presidente de la Alianza Cooperativa Internacional