VIEJOS, PIONEROS Y FELICES: LA VIDA SE DISFRUTA MÁS EN UN «EDIFICIO-COOPERATIVA»

05 junio 2017

(La Nación) – En Vidalinda, en Belgrano, 72 adultos mayores forman parte de una experiencia innovadora en la Argentina; depende de una mutual y ofrece comedor, actividades diarias, seguridad y atención médica

 

Entre ellos está Gisela «Gisi» Brunnehild, de 92 años. «Acá hay una alegría que se comunica. Esto no es un hogar de ancianos. Es mi hogar, pero no un hogar», dice mientras se prepara para empezar un taller de música y canto.

El aumento de la expectativa de vida y, por ende, de la población de adultos mayores está promoviendo nuevos estilos de convivencia urbanos: es el caso de los llamados «edificios protegidos» o «viviendas tuteladas». Aunque en nuestro país es aún un fenómeno incipiente, donde los más frecuentes son -a diferencia de Vidalinda- los emprendimientos comerciales, se trata de una modalidad muy difundida en Estados Unidos y algunos países de Europa.

La posibilidad de sociabilizar con pares y tener una mayor autonomía, en un ámbito seguro y contenido, son algunos de los beneficios que los especialistas subrayan de estos modelos de vida comunitarios.

Un emprendimiento inusual

Gisi es una de las 72 personas de más de 60 años -la mayoría tiene, en promedio, 85, y un 30% supera los 90- que viven en Vidalinda. Esta «vivienda tutelada» -con 15 pisos y 92 departamentos, de los cuales 70 están actualmente habitados- es una experiencia inusual y pionera en la Argentina: este año se cumplen cinco décadas desde su fundación.

A simple vista parece un edificio como cualquier otro. Su fachada espejada no dice nada en particular. Sin embargo, ya con un pie en el hall de entrada, se empieza a advertir la peculiaridad del lugar.

Una de las particularidades del edificio de la calle Vidal es que pertenece a una organización sin fines de lucro, la Asociación Mutual Israelita Vidalinda, que funciona mediante un consejo directivo y varias comisiones integradas por residentes y familiares que trabajan ad honorem.

El proyecto fue pensado para que personas mayores y autoválidas -al menos, al momento de ingresar- pudieran encontrar allí una alternativa a los geriátricos; un sitio donde recibir contención, compañía y seguridad, viviendo de forma independiente pero comunitaria, con espacios y servicios comunes.

Éstos van desde una biblioteca, un salón de usos múltiples, un comedor (además tienen la opción de pedir la comida a sus departamentos) y un amplio jardín hasta una variada oferta de actividades diarias (como clases de yoga o tardes de cine y debate), seguridad las 24 horas, un servicio de atención médica y botones que pueden llevar consigo y accionar en caso de emergencia (como una caída o cualquier otro tipo de necesidad).

Vidalinda nace en 1967, de la mano de un grupo de inmigrantes judíos alemanes que decidió crear un lugar donde compartir sus últimos años de vejez. Pusieron un aviso en un diario para convocar a otros que quisieran sumarse al emprendimiento y la respuesta no tardó en llegar.

«Esto era un terreno baldío, los fundadores sacaron hipotecas sobre sus propios bienes para poder comprarlo: fue algo titánico, un proyecto en el que pusieron todo su amor», cuenta Eva De Stefano, coordinadora voluntaria de actividades y eventos, y cuya madre vive en el lugar. «Fue un boom, y muy innovador para la época. Aún hoy no existe casi nada parecido. Se generó un modo de vida nuevo que es un éxito y a imitar.»

Vera Feldmann, coordinadora institucional, aclara que si bien en un primer momento fue una iniciativa cerrada a la colectividad judío-alemana, actualmente está abierta a todos.

Los requisitos para mudarse a Vidalinda son tener más de 55 años, ser cognitivamente independiente al momento del ingreso y estar dispuesto a vivir en comunidad. Luego de una entrevista con los miembros de la comisión, quienes deseen asociarse a la mutual pagan una membresía y reciben un acta de tenencia que les da el derecho de usufructo de un departamento de por vida. Cuando mueren, una nueva persona mayor se incorpora en su lugar, y los herederos de quien vivía allí previamente recuperan la inversión inicial.

Feldmann explica que tanto el valor de los departamentos como el de las expensas -a las que se llama «cuota de recupero», y que son para sostener todos los servicios y actividades comunes- son menores que los de mercado.

Respecto del requisito de ser autoválido, sostiene: «La idea es que uno pueda sociabilizar y compartir la vida que se ofrece acá, que es lo que marca la diferencia respecto de estar en un edificio común y corriente».

Sin embargo, a medida que las personas se van volviendo dependientes, pueden llevar a vivir con ellas enfermeras o cuidadores que contraten por su cuenta: el 30% de quienes habitan en Vidalinda tiene asistencia full time y otros, durante el día. «Cuando uno va envejeciendo va necesitando ayuda y eso no es un impedimento para vivir acá: el tener un acompañante que conviva con ellos es posible, para que puedan terminar sus días en esta institución.»

De Stefano subraya que el amor de los voluntarios (en total son 10, en su mayoría, hijos de residentes) que trabajan para mantener el lugar y organizar actividades hace la diferencia. «No es un geriátrico, sino un sitio donde se vive de forma independiente. A medida que uno envejece se hace mucho más difícil moverse, tomarse un taxi, ir al cine o de visita. En Vidalinda, todo eso está en casa», asegura.

En este sentido, Jorge Guttfleisch, presidente de la mutual, cuenta: «Mi madre tiene 94 años y hace 12 vive acá, sola en su departamento. Pero en verdad no está nunca sola, porque permanentemente participa de las actividades». Y concluye: «Como hijo, es una gran tranquilidad».

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